Un péndulo dorado parecía
aquella rubia cola de caballo
que la niña alegre al trote lucía
a contraluz de un sol fresco de mayo,
como la fina aguja de un metrónomo
que a un ritmo de “allegro ma non tropo”
marcaba el pulso de una feliz prisa
al encuentro sonámbulo de su fila.
DLM
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